El cierre de Napster, diez años después


El pasado día 7 de diciembre se cumplieron diez años de la denuncia de la RIAA a Napster en los juzgados federales de San Francisco, que terminó con el cierre del servicio y la exigencia de multimillonarias sumas a la alemana Bertelsmann, identificada como última propietaria del servicio tras haber adquirido sus activos el 17 de mayo de 2002.
Los hechos son los hechos, y sus consecuencias son por todos conocidas: la denuncia a Napster y el descomunal ruido mediático que conllevó proporcionaron al servicio una enorme popularidad, y su cierre dio origen a la aparición de una infinidad de clones, cada vez más perfeccionados, cada vez más distribuidos y anónimos, hasta llegar a la situación actual. Pero, haciendo un poco de tecnología-ficción… ¿Qué habría ocurrido si la reacción de las discográficas con respecto a Napster hubiese sido diferente?
Imaginemos por un momento que las discográficas, en lugar de haberse lanzado en una desenfrenada carrera de denuncias, hubiese meditado un poco acerca de las posibilidades del servicio. Pensemos, por ejemplo, que hubiesen decidido adquirir una participación en Napster, condicionada a un esquema de pago razonable: al eliminar de la cadena de valor cuestiones como la selección, el soporte, la distribución, parte del marketing, etc., el precio de cada canción podría haberse situado en, por ejemplo, unos diez o quince céntimos, tal vez menos. Al no haber alternativas en aquel momento a Napster, el servicio habría adquirido una gran notoriedad: no solo permitiría a las discográficas dinamizar su enorme fondo de catálogo entonces prácticamente inactivo, sino que habría disminuido sobremanera el incentiva para el desarrollo de nuevos servicios. Posiblemente, el hueco de mercado existente entre canciones muy baratas y canciones gratuitas habría sido con el tiempo aprovechado por algunos competidores, pero estos servicios llegarían cuando la escala de Napster fuese ya muy grande: los servicios gratuitos tendrían una importancia casi marginal y serían utilizados en su gran mayoría por personas que en ningún caso habrían adquirido dichas canciones por la vía regular. Para la gran mayoría de clientes, un precio bajo sería suficientemente disuasorio como para no ver la necesidad de buscar alternativas gratuitas.
Cabe pensar que, ante una situación así, una alternativa como el iTunes de Apple, aparecido en enero de 2001, habría tenido que competir con Napster por el mercado, y que lo habría hecho seguramente al estilo Apple, proponiendo un esquema de usabilidad y experiencia mejor para el cliente. En cualquier caso, Apple habría encontrado al otro lado a unas discográficas que no intentarían lastrar iTunes con precios calculados para mantener su rentabilidad anterior (la que tenían cuando la cadena de valor era larga, cara y compleja). En el panorama de la oferta musical, tendríamos dos competidores: Napster, por un lado, y iTunes por el otro. Posiblemente, la propia Napster habría además evolucionado hacia sistemas freemium basados en suscripción y streaming, al estilo de la actual Spotify pero con un precio razonable en su versión premium, que cubrirían asimismo una determinada parte del mercado.
A día de hoy, la música tendría un precio muy bajo, posiblemente se habría reingenierizado la estructura de márgenes, pero las actitudes negativas del grueso de la sociedad hacia las discográficas y las entidades de gestión, en su gran mayoría, no existirían. La música en directo habría sufrido un incremento de popularidad similar al que hemos vivido: al incrementar el alcance de la música grabada, la base de usuarios aumentaría, y el porcentaje de éstos dispuestos a acudir a un concierto se incrementaría: muchos artistas escogerían reducir los precios de su música en la red para así facilitar una llegada a más personas y ganar popularidad más rápido o congregar a más personas en sus directos. Seguramente, existirían diversas estrategias vinculadas a lanzamientos de nuevos artistas, consolidación de otros, o explotación de la popularidad masiva de otros, dando lugar a un ecosistema rico y diverso de posibilidades.
¿Pudieron las discográficas haber manejado la evolución de su futuro un poco mejor? A la vista de las circunstancias actuales, no cabe duda que la respuesta es afirmativa (pocas situaciones se nos ocurren peores que la actual). ¿Cuál fue el obstáculo real? Negarse a aceptar que gran parte de su estructura ya no era necesaria, y que debían readaptarse para responder a un mundo nuevo, en el que no todos los clientes estaban todavía, pero al que sin duda llegarían más tarde o más temprano (más rápido todavía si las propias discográficas colaboraban en ello). En su lugar, decidieron atacar la alternativa, enrocarse en sus estructuras y márgenes, y luchar con todos los medios posibles contra la evolución de la tecnología y el progreso. Nunca, en ningún momento de la historia, los que se opusieron a la tecnología consiguieron detener el progreso de ésta. A la vista está.

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